Sin pensarlo dos veces

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Y si… (pag. 44)

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Hace ya varias noches que al entrar en una calle me encontré con la luna al fondo, entre dos edificios, redonda, llena, enorme y amarilla. Hacía tanto tiempo que no me fijaba en la luna que casi se me había olvidado que todas las noches se acomoda en el cielo. Intenté hacerle una foto con el móvil pero todavía estoy torpe con la cámara del teléfono y no hubo manera. No sé si volveré a encontrarme con una luna tan bella, tan cargada de esperanzas como la de aquella noche, pero no dejaré de buscarla.

Esto es lo que me contaba una amiga no hace mucho. Supongo que se refería a la última luna llena, la del 17 de diciembre. Desde entonces no he dejado de darle vueltas a la conversación.

Las navidades ya han pasado: la cena con la familia, las peleas entre cuñados, los papeles rotos que envolvían los regalos bajo las ramas de plástico verde del árbol de navidad… Conozco a un hombre que, siendo ateo, adora la navidad ¿Una contradicción? Absoluta, diría yo. Pero… ¿Lo es? Porque si nos paramos a pensar ¿Qué tiene de religioso reunirse con la familia y los amigos? ¿Disfrutar de una comida o una cena, modesta u opulenta? ¡Ah! Los villancicos. ¿Quién canta villancicos? O quizá sea el nacimiento… ¿El nacimiento de qué o de quién? Porque antes de la cultura cristiana estuvieron las culturas nórdica y romana… paganas. El solsticio de invierno se celebra hace miles de años. Los nórdicos, estas fechas, las celebraban quemando troncos y hasta que no dejaban de arder comían y bebían. Cada chispa suponía el nacimiento de un cerdo, por ejemplo. Después mataban al ganado para no tener que alimentarlo en invierno. Los romanos celebraban el nacimiento de Mitra, la diosa del sol. Los esclavos gozaban de ciertos privilegios esos días. Los romanos también celebraban Juvenalia, una fiesta en honor a la infancia y a Saturno, ¿cómo no?, el dios de la cosecha.

Vamos que, lo de comer y beber, acordarse de quienes menos tienen y de las niñas y niños a finales de diciembre, es más una adaptación que una versión original de la cristiandad.

Al final del cuento ¿en qué se diferencia una pintura de Miró de una de las cuevas de Altamira? No se tiren de golpe las personas que se dedican a la crítica de arte y las voces autorizadas… quizá hayan más semejanzas que diferencias, al fin y al cabo, ambas nos emocionan.

Nos emocionan tanto como la luna llena de la que me habló mi amiga, esa que estaba cargada de esperanzas, de sueños. Y no está mal, para acabar el año, darnos un descanso entre manifestación y manifestación, recortes, privación de derechos… para pasar un tiempo con quienes nos quieren y a quienes queremos. Una tregua para los afectos. Dejarnos abrazar y regalar aunque solo sea tiempo.

Quizá o quizá no, sea alguno de esos motivos por los que a ese hombre ateo le guste tanto, tanto, la navidad.

luna grua

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